Las nuevas plataformas reformatean al público en silencio mientras la industria audiovisual hace ruido en el lugar equivocado. Cambian los magos, no los trucos.
La paradoja es cruel: al intentar proteger el trabajo humano rechazando la IA, los gremios podrían estar empujando a las marcas, las productoras y los creadores jóvenes a migrar directamente hacia un ecosistema donde ya no hay lugar para ellos.
Porque no se trata solo de reemplazo. Se trata de relevancia.
La televisión puede resistirse. Los festivales pueden negarse. Los sindicatos pueden demandar. Pero si el público ya está en otra, nada de eso va a importar.
El riesgo no es que nos reemplacen. El riesgo es que nadie nos necesite.
En lugar de prohibir, hay que regular con inteligencia. En lugar de combatir, hay que diseñar nuevas alianzas. En lugar de pedir permiso para existir, hay que reconquistar el deseo del público.
Y no sería la primera vez que la industria se equivoca de enemigo.
Cannes —el mismo Cannes que hoy se arrodilla ante cada premier de Netflix— fue el primero en ningunearlo. Lo trató como un intruso. Como un advenedizo sin pedigree. Hoy le rinde pleitesía.
La historia siempre se repite. Primero te desprecian. Después te copian. Y cuando te aceptan, ya cambiaste las reglas.
Todos están cuidando con uñas y dientes una industria moribunda y sus viejas plataformas, mientras en silencio están creciendo otras que formatean el deseo del nuevo público. Un público que en breve no entenderá las formas tradicionales. Ni las querrá, ni las extrañará.
